La vida nos enseña día a día
que vivirla no es sencillo, no lo es:
si creemos superar algún revés
nos obliga a insistir en la porfía.
Pero quien lucha tasa su valía,
su coraje, su temple, su entereza;
da muestras de valor y fortaleza
al superar sus propias frustraciones,
sobrellevando dolor y decepciones
para evitar sumirse en la tristeza.
Enfrentar este reto nos instiga
a mirar hacia adentro, a nuestro sino,
anteponiendo el bienestar mezquino
de una necesidad que no mitiga:
la insana inmediatez que nos obliga
a cual androides vivir, entes errantes,
sin elemental apego a semejantes
que junto a la familia son obviados,
los sentimientos humanos, olvidados;
la solidaridad no es obligante.
Hay seres especiales, sin embargo,
que ante tamaño peso se engrandecen;
son seres cuyo amor empequeñece
el malestar de quien está en letargo.
Y al hacer aliviar su trago amargo
enaltece la condición humana;
que es la misma que nos une y nos hermana,
que nos hace saber que Dios existe;
que si bien tenemos hoy un día triste
habra un amanecer, y un buen mañana.
Esos seres, que no saben de maldad,
que se entregan sin temor o condición,
que nos brindan bienestar y protección
y el remedio para toda enfermedad;
saben de sufrimientos y, en su gran bondad,
aunque la adversidad golpee fuerte
agradecen a la vida la gran suerte
de prodigar amor al semejante;
vivir y dar, para ellas, es bastante;
ser compensadas con amor es suficiente.
Ser compensadas con amor, fácil tarea
si se trata de quien te ha dado todo;
quien batalla la vida, codo a codo,
contra vientos, tempestades y mareas
para darte bienestar; y aunque ella crea
que la tarea es dura, va a su encuentro;
pues para ella hay un solo
pensamiento
que es su inquietud, su gran preocupación,
y se convierte en su mayor satisfacción
cuando sus hijos están sanos y contentos.
La madre es la mayor creación de Dios,
es el mejor ejemplo de que existe,
de que el amor es fuerte y que resiste
el sufrimiento más cruel y más atroz.
Él dispuso que en su seno y en su voz
estuvieran nuestra fuerza y aliciente,
que el futuro se labrara en el presente
con sus manos, enseñanza y formación;
que nos guiara con su diaria bendición,
nos sanara con besarnos en la frente.
Y aunque hay madres, muy pocas, inconcientes,
que maltratan o abandonan a sus hijos
es ley que, en general, su amor prolijo
sea entregado al producto de su vientre.
Y tú, Mamá, siempre has estado presente
en cada etapa, buena o mala, que he vivido:
disfrutando de los triunfos que he tenido,
dándome aliento en toda adversidad,
prodigándome tu amor sin mezquindad,
forjando el hombre que hasta ahora he sido.
El Ser Supremo, por eso y mucho más,
sabrá recompensarte de algún modo,
sabrá darte a ti, que has dado todo,
la felicidad merecida tiempo atrás.
Y ya que Él me ha concedido, por demás,
que me tocara la gran suerte de tenerte
dedicaré todas mis fuerzas a quererte;
a que ahora, en tu juventud postrera
disfrutes de una eterna primavera...
¡dedicaré toda mi vida a complacerte!
RAFAEL BERVÍN F.
2006